Folleto informativo de la Casa Mariana Pineda.
Centro Europeo de las Mujeres Mariana de Pineda – Conoce a Mariana Pineda
La recuperación de la casa de Mariana de Pineda era una voz alzada, en la conciencia de muchos granadinos. Era urgente recuperar este modesto edificio,
de la calle Águila 19, en el barrio de la Magdalena, por su valor histórico. Escenario de reuniones clandestinas, conspiraciones, refugio de perseguidos, de políticos liberales granadinos, en defensa de sus libertades, contra el implacable absolutismo borbónico. Lugar de encuentros clandestinos donde contaban con la complicidad militante de la dueña de la casa. En los años veinte del siglo XIX era un lugar estratégico, por sus lindes con la vega, propicia para acoger la llegada o huida en el albur de algún registro intempestivo de la policía de Ramón Pedrosa, determinante desde su atalaya de alcalde del Crimen de la Real Chancillería de Granada, desde 1825. En la vivienda de Mariana de Pineda aprehendieron la bandera el 13 de marzo de 1831, airón de un proyectado alzamiento contra Fernando VII.
Yendo por el mundo se encuentra una con pequeños museos que custodian, más que obras de arte, la memoria de un pueblo. Son casas-museos dedicadas a gentes que nacieron, vivieron, proyectaron o crearon su obra en ellas, enalteciendo el heroísmo o la cultura en cualquiera de sus facetas. Museos que no se pueden evaluar por su contenido material que atesoran, porque su valor es el del sentimiento, el de la pura emotividad donde está retenido el espíritu, la leyenda, la anécdota, de un personaje que vivió allí. ¡Qué importantes son estos rescates para la historia local de las ciudades! ¿Adónde va un pueblo que es incapaz de conservar el legado histórico que le dejaron sus mayores, ni de respetar ni enseñar a las generaciones posteriores la historia que protagonizaron sus gentes en las calles, en las universidades, en sus laboratorios, en sus teatros y escenarios de la vida, que son sus casas?.
Es la conservación de la memoria histórica la que eleva a los pueblos a categoría superior, al velar por la herencia del pasado, indispensable para la transmisión de la cultura. El divulgar el nombre y la obra de los hombres y las mujeres que han enriquecido su lugar de origen es la forma más noble de los pueblos de honrar a quienes, de una forma u otra, lo han enaltecido. Y en ello estamos a la hora de recuperar la casa rehabilitada de Mariana de Pineda, tantos años postrada ante la indiferencia
y el abandono ciudadano.
La figura de Mariana de Pineda, con su muerte serenamente heroica, quedó en la memoria popular como símbolo revolucionario. Su vida fue efímera, como una primavera granadina. Había nacido el 1 de septiembre de 1804, en el barrio de la parroquial de Santa Ana. Hija natural de don Mariano de Pineda, aristócrata, capitán de navío, de la Real Armada y Caballero de la Orden de Calatrava, y de María Dolores Bueno, de Lucena (Córdoba), de familia humilde, al servicio de la casa de los Pineda, según confesión de don Mariano en 1804: “Hace más tiempo de dos años saqué de mi casa y llevé en mi compañía …”. La separación de su madre y la muerte prematura del padre llenó de dificultades los primeros años de la pequeña Mariana, que al final fue dada en tutoría a un matrimonio sin hijos al servicio de los Pineda. A partir de entonces la heredera de don Mariano tuvo una infancia llena de ternura de aquellas personas a las que reconoció como padres. La niña recibió educación en el Colegio de Niñas Nobles de Granada. A los 15 años contraía matrimonio con Manuel Peralta y Valte, militar de ideas liberales. En 1822, en pleno trienio constitucional, Mariana quedaba viuda con dos hijos de corta edad.
El 1 de octubre de 1823 era abolida la Constitución. Fernando VII, dispuso: “Son reos de lesa majestad y quedan condenados al patíbulo los que se declaren contra los derechos del rey o a favor de la Constitución”. Se suprimían las libertades, la Iglesia recuperaba sus privilegios y se restauraba el régimen señorial y represivo del primer periodo absolutista. Granada vuelve a vivir días aciagos. Se recrudece la lucha de los partidos liberal y absolutista. Las cárceles se hacinan de hombres perseguidos por sospecha o denuncia. Y tras juicios sumarísimos son conducidos al patíbulo. En estas circunstancias se inicia la militancia de Mariana de Pineda que se va a desarrollar durante la llamada “década ominosa” (1823-1833). Mariana se incorpora a las tertulias donde se conspira, la principal en la casa de los Montijo, en su mismo barrio de Gracia; se convierte en enlace y recibe la correspondencia de los exiliados en Gibraltar, que llega con nombres falsos; gestiona falsificados pasaportes para gentes perseguidas; asiste a los presos en la cárcel, entre los que se encuentra un tío y un primo, Fernando Álvarez de Sotomayor, condenado a muerte, al que ayuda a evadirse de la prisión vestido de fraile capuchino, disfraz que ella le proporciona. Desde un primer momento la policía no duda de la implicación de Mariana, pero a pesar de la vigilancia a que es sometida no logran inculparla. Corría el año 1828 y en Granada y su provincia se pregonaba el precio de la cabeza del capitán. Empezaba a alborear la condena de Mariana, pues además de la sospecha por la huida de su primo, estaba procesada por unos documentos comprometedores, que descubrió la policía al efectuar un registro en su casa de la calle Águila. Vino a agravar la situación la denuncia de Romero Tejada, preso en Málaga, al relacionarla con los “anarquistas” de Gibraltar, término que servía para calificar a todo sospechoso de actividad política, como ocurría en el siglo XX con el de masón y comunista. Siguieron años de agitación, peligro, represión y estrecha vigilancia para la comprometida mujer, acosada amorosamente por el todopoderoso Ramón Pedrosa, enviado a Granada por el ministro de Justicia, para sofocar el turbulento ambiente político de la ciudad.
A principios de 1831, los acontecimientos políticos habían extremado su virulencia y la esperanza de los liberales, tras fracasadas y sucesivas sublevaciones contra la tiranía absolutista, comenzaron a desfallecer. Los frustrados intentos de alzamiento de los correligionarios de Mariana de Pineda la obligaron a interrumpir la confección de una bandera, que por orden suya bordaban dos hermanas del Albaicín, con los lemas Libertad, Igualdad y Ley.
A mediados de marzo, por una delación, Pedrosa conoce la existencia de una bandera para un proyectado alzamiento de los liberales granadinos. Pedrosa obliga a las bordadoras a llevar la bandera a medio terminar a la casa de Mariana. Inmediatamente, se presenta la policía a efectuar un registro. Ante el desconcierto de Mariana, la bandera escondida, precipitadamente, en el hueco de una hornilla es descubierta por los agentes de Pedrosa.
El decreto de 1º de octubre de 1830 sirvió de base para la aplicación de la pena capital impuesta a Mariana de Pineda. La condena fue enviada a la Corte para su revisión. Fernando VII estimó la propuesta “justa y arreglada a la ley” y firmó la sentencia de muerte. Su cumplimiento se llevaría a cabo en la forma ordinaria de garrote vil. Al conocer la sentencia Mariana dijo: “El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo”.
Ramón Pedrosa estaba autorizado por José Calomarde, ministro de Justicia, a indultar al reo, a cambio de la delación de los nombres de sus correligionarios.
Mariana tuvo para la propuesta enérgicas palabras de repulsa: “Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance fatal. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente”.
El compromiso y militancia de Mariana de Pineda no fue una excepción en la escena política de su época. En la Gaceta de Madrid, periódico oficial y único superviviente de la prohibición de la prensa decretada bajo Fernando VII, en el comunicado hecho público de la ejecución de Mariana de Pineda, trece días después del luctuoso suceso, se leía: “El 26 de mayo último sufrió en Granada la pena de muerte doña Mariana de Pineda, vecina de aquella ciudad. Sorprendida su casa el 13 de marzo próximo anterior, se encontraron en ella una bandera revolucionaria a medio bordar y varios objetos análogos, y empezaron las diligencias por la policía y seguida la causa por el Tribunal con toda actividad, el delito de doña Mariana de Pineda ha sido probado plenísimamente”.
“Si aún son más dolorosos estos castigos en las mujeres que en los hombres, no por ello dejan de ser tan precisos para el escarmiento, especialmente después que los revolucionarios han adoptado la táctica villana de tomar por instrumentos y escudos de sus locos intentos al sexo menos cauto y más capaz de intentar la ajena compasión”.
“Toda la península goza de perfecta salud”.
Tomadas por instrumentos y escudos eran, de alguna manera, una incipiente vanguardia feminista formada por mujeres que salían en defensa, como hoy, de los derechos humanos, cuya consciencia las llevaba a denunciar la injusta realidad política de su tiempo. Esto se corrobora en el libro de registro de entrada y salida de presas, del convento-prisión de Santa María Egipcíaca, en la calle Recogidas, donde Mariana de Pineda sufrió prisión los últimos meses de su vida. Gran parte de las reclusas eran por causas políticas, encarceladas por el subdelegado de policía Ramón Pedrosa, el hombre que persiguió y condenó a Mariana de Pineda.
Antonina Rodrigo