Las Coordenadas de una Época.

Folleto informativo de la Casa Mariana Pineda.

Centro Europeo de las Mujeres Mariana de Pineda – Conoce a Mariana Pineda

Con frecuencia, en la historia los hechos se encuentran encadenados en una interacción de factores, que lo son internos y externos. Si esto es así a nivel general, en forma muy particular puede ser aplicable al reinado de Fernando VII (1814-1833).Largo periodo de acción y reacción, en esa pugna entablada entre los que pretenden liberalizar el sistema y aquéllos otros que, defendiendo el continuismo, defienden al tiempo su situación y sus privilegios.

Largo periodo de nuestro pasado que, examinado en su conjunto, nos aparece como un momento oscuro. Lo fue, sin duda, en muchos de sus aspectos.
Pero no es posible olvidar que tensiones similares a las planteadas aquí -aunque quizá no llevadas a los mismos extremos- estaban teniendo lugar en otras tantas naciones europeas. Es, en última instancia, el enfrentamiento entre el antiguo y el nuevo régimen, representado el primero por esos sectores de la sociedad tradicional que se resisten a ser desbancados, y el segundo por grupos emergentes que buscan ocupar el lugar que consideran propio.

Cierto es que, en nuestro país, las raíces de esta situación hay que buscarlas en el pasado inmediato. Cuando menos, en el desencadenamiento de la Guerra de la Independencia, con su carga de revolución, en la que España había sido una de las pioneras. Aunque también de entonces -no conviene olvidarlo- haya que hacer partir la quiebra de su sociedad, agudizada y radicalizada a lo largo del reinado de Fernando VII.

Mientras la Europa de Viena intenta implantar un sistema hecho a su medida y controlado en función de intereses concretos, aquí es la personalidad del monarca la que domina el panorama. Es ella la que le impide contemporizar y la que lleva a una dura reacción y a una depuración, que deja pronto en el olvido cualquier tipo de amnistía que -a la postre- no llegaría a llevarse a efecto. Paradojas de un país gobernado por un monarca absoluto y paradójico.

Es la necesidad la que lleva a los liberales a unirse en la clandestinidad y a buscar aliados. Uno de sus más fieles colaboradores será la masonería. Fenómeno que ni es nuevo ni, desde luego, español. Los precedentes son numerosos y sobradamente conocidos. Pero, cierto es, en aquella sociedad clandestina, la diferencia entre liberal y masón llegó a ser tan difusa como una raya trazada en el agua.

Liberal fue el pronunciamiento de Riego de 1820, aunque en él no pueda ni deba ignorarse la actividad desplegada por la masonería y, muy en particular, por la Logia Lautaro de Cádiz, financiada en gran parte con capital procedente de las colonias de América. Pero es que el pronunciamento de Riego no constituye un hecho aislado sino -por el contrario- una pieza importante de esa primera oleada revolucionaria que sacude al continente y que tiene su escenario muy particular en la cuenca mediterránea.

Con el triunfo de Riego, triunfa el liberalismo en España. Pero a partir de ahí, la interferencia externa cobra una renovada realidad, hasta que un ejército francés -el denominado de Los Cien Mil Hijos de San Luis- ponga fin a esa efímera experiencia. Ello da paso a la década que cierra este reinado. De nuevo la máquina represiva se pone en marcha, aunque-justo es reconocerlo- a lo largo de esos diez años la postura de Fernando aparece un tanto más flexible de lo que había sido con anterioridad. Lo cual no quiere decir que trace un camino recto. Muy al contrario, constituye éste un momento de avances y retrocesos, que vendrá a ser fiel exponente de la compleja e insegura personalidad del monarca.

De nuevo, en esos retrocesos, los acontecimientos exteriores juegan un papel decisivo: 1826, Portugal; 1830, Francia. El miedo de Fernando -ese miedo que presidió su vida y su reinado- cortará de raíz cualquier apertura, por mínima que fuera. Paradójicamente, muy poco después, el liberalismo iba a llegar, terminando por asentarse, a impulsos y como contrapartida del sector más intransigente de la vieja sociedad, aglutinado entonces en torno a la figura de don Carlos.

Llegados aquí es necesario preguntarse qué papel cupo a las ciudades y a los núcleos locales en una situación como la que tan brevemente se acaba de reflejar, controlada férreamente desde el poder. Poco, sin duda, aunque ello no impida detectar condicionantes que les son propios. Es el caso de Granada, donde el inicio de una ideología liberal hay que buscarlo -también- en la crisis de 1808, arropado por un bagaje ilustrado del que tardaría un tiempo en despojarse.
En este aspecto, si el periodo de ocupación francesa supone un puente, la evacuación de los ejércitos imperiales abre el camino a una renovada actividad.

Breve actividad, por otra parte, a la que pone fin en 1814 el retorno del “Deseado”. A su golpe de estado de mayo de ese año poca resistencia se podía oponer, de momento. Las cosas volvían a su antiguo ser y la ciudad recuperaba una vida en apariencia normal, aunque desde luego no iba a ser tranquila. El hecho de que la represión fuera en Granada más dura que en otras ciudades españolas, parece estar indicándonos la mayor importancia o el mayor temor que se tiene a sus grupos liberales.

Sabemos con certeza que su actividad fue grande a lo largo de los años que corren hacia 1820. En ellos -al menos durante un cierto tiempo- nuestra ciudad se convierte en núcleo aglutinador de los movimientos de Oposición frente al absolutismo. Actividad de grupos de elite y minoritarios, entorpecida por una estrecha vigilancia. Tampoco nada nuevo porque ahora, todavía, las revoluciones las hacen unos pocos.

El cambio que trae de la mano 1820, efímero en el tiempo como decía ya, permite sin embargo salir al liberalismo granadino a la luz y actuar. La fuerza del movimiento clandestino se pone de manifiesto si observamos lo rápido de su organización. La prensa recobra un vigor, si bien apagado nunca muerto, al tiempo que nuevas asociaciones nacen a la vida pública. Como esa Sociedad Patriótica de la que, desgraciadamente, sabemos menos de lo que quisiéramos.

Arduo trabajo el que se le plantea al liberalismo (escindido -como en el resto del país- en un sector moderado y otro radical), que debe autoeducarse a sí mismo, ganando al tiempo adeptos entre la sociedad. No tuvo tiempo, ni para una ni para otra cosa, porque de nuevo en 1823 el proceso iniciaba la cuenta atrás. No es cuestión de entrar aquí en el renacido aparato de represión, ni en las causas seguidas en nuestra ciudad, que fueron muchas. Es algo sabido y, por lo tanto, innecesario el volver sobre ello.

Sí es conveniente destacar otro hecho que no puede ponerse en duda. La España de este momento no es la misma que la de 1814. Tampoco lo es Granada. A lo largo de los años transcurridos los condicionantes han variado, como también la sociedad lo ha hecho. Las causas que llevaran a ello pueden ser diversas, pero no modifican los resultados. Unos resultados que, siendo simples, no dejan de ser sumamente complejos.

Al compás de la situación nacional, en nuestra ciudad la tensión y la represión se agudizan o se distienden. Pero lo cierto es que la sociedad en su conjunto cada vez acepta peor esas dramáticas alternancias. No en vano lo ocurrido en 1808 y en 1820 ha ido calando -seguramente en forma imperceptible- en el ánimo de su población.

Rechazo que no se manifiesta abiertamente, pero que subyace en el fondo, para aflorar en un determinado momento. Quizá por eso, Granada eligió a Mariana Pineda -una de las últimas víctimas de la reacción- como símbolo de una libertad necesaria. Por eso y, acaso también, por ser mujer.

Cristina Viñes Millet

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